11.24.2008

PICAN PICAN LOS MOSQUITOS

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Sólo quedan pocas semanas para el verano, y los duendes tienen que salir de los árboles del frondoso bosque, ponerse la columbia de corderito, recoger un par de moras para los viáticos y emprender viaje.

Allá, a miles y miles de kilómetros, de ecuadores y meridianos, de océanos y mares, de osos polares hambrientos y esquimales atónitos, los espera su amo, listo para una nueva temporada, de manos tajeadas y jornadas de 24 horas.

La materia prima ya está lista, y miles de cajas con cartas han llegado, para convertirse en el sueño de miles y miles de niños, y a veces de alguno que otro grandulón, de todo el mundo.

Mientras Papá Noel alimenta con comida en altos hidratos de carbono a sus ocho renos, los duendes se ponen su mejor traje y sombrero de color. Le colocan ruedas a las bicicletas, trenzan el pelo de las muñecas, conectan cables de controles remotos y tejen sweters para los niños de la zona.

Si, un noviembre de mucho trabajo, pobre de ellos. Pero si retrocedemos un par de meridianos y doblamos un poco a la derecha, llegamos otra vez a los árboles frondosos. Donde las jornadas son de 8 horas, menos 3, que nos pasamos viendo como puta se prende el aire acondicionado. Es así, se aproximan las fiestas, y por ende el calor, las piletas y las ganas de irse a la mierda, playita y vestidito corto.

En las universidades los alumnos no escuchan, y los profesores ya no tienen ganas de hablar. Los recreos son más largos que las horas de clase, y tomarse una cervecita a las 4 ya no está mal visto.

En el laburo es igual, pero todavía peor, porque no podes tomar cerveza y aunque no escuches a tu jefe al menos tenés que fingir que lo hacés. Las jornadas se te hacen eternas y cuando ves por la ventana la gente en micro shorts y exhalando verano, deseas que se ponga a llover y que ellos se mueran de envidia de vos, que estás bajo techo, en una oficia patética, con cortinas marrones y olor a casa de abuela. Pero los marrones son ellos y vos, estás más blanca que el papel que tenés adelante, que no podes llenar con ninguna buena idea. Mientras alucinas que tu botellita de agua mineral es una pileta de natación y tu asiento de 90º es una reposera, tu cuello se anota turno al kinesiólogo.

Después pasa noviembre, rápido pero duro. Muchas fiestas, evento por acá, evento por allá, cócteles y recitales y todas esas cosas donde no sabes que ponerte. El sueldo de las vacaciones te lo gastas en un par de vestiditos, con la ilusión de conocer en algunos de esos ágapes a tu príncipe azul, casarte y pasar tus vacaciones frustradas en un crucero en las islas griegas.

Llega diciembre, empezás a llegar al laburo con cara de resaca, pero tu jefe no se da cuenta porque está igual. Fiesta de fin de año de la empresa, y todo el respeto y la seriedad que construiste durante esos largos años, se convierte en abrazos, chistes malos, confidencias en vos alta, copas de champagne y guiños de ojo con ese que tanto te gustaba pero que nunca te atreviste a hablar. Y lo que pasa después ya lo sabés, al igual que las 200 personas que estaban en la fiesta.

Después de todo, prefiero ser un duende.